Bob Dylan, Premio Nobel de Literatura 2016.
Por: Juan Torres Velázquez | yotencatl69@hotmail.com
Los Premios Nobel han experimentado decisiones polémicas a lo largo de su historia, en sus distintas disciplinas, pero seguramente se recordará como una de las más, por la ruptura de toda una tradición y la polarización de opiniones derivadas, el anuncio del Nobel de Literatura de este año al cantautor Bob Dylan.
En un mundo de vencedores y vencidos, los de la Paz casi siempre causan críticas. Este año se distingue al presidente colombiano Juan Manuel Santos por los acuerdos con la guerrilla de una paz que los propios habitantes de Colombia rechazaron en plebiscito. Ejemplos de extrañas decisiones y desatinos hay muchos: en 2009 lo recibió Barack Obama por “sus extraordinarios esfuerzos de fortalecer la diplomacia internacional”, lo cual causó sorpresa hasta en el galardonado pues ni entonces, ni ahora, por necesidad o voluntad el presidente de los estadounidenses logró cumplir los objetivos que encendieron los mejores momentos de sus mensajes en campañas políticas o transmitidos por el televisor: no cerró Guantánamo, no terminó las guerras de su país en Siria, Afganistán e Irak y durante estos años se sumaron ataques focalizados de sus tropas en Paquistán, Yemen, Somalia y Libia.
El Nobel de Literatura es otro que genera mucho interés y discusiones, la venta de millones de libros, por curiosidad o porque hay autores que ya han esperado demasiado; la googleabilidad de apellidos raros ante el inminente desconocimiento de una obra hoy es proporcional a esperar un laureado más con libros sobre el Holocausto o una designación que resulte en el momento decisión políticamente correcta.
Errores hay graves. Los lectores en español sabemos que cualquier lista sin Jorge Luis Borges o Juan Carlos Onetti ya es inútil de por sí y pierde credibilidad de inmediato, como hoy tampoco se puede entender cómo un comité integrado por especialistas de la lengua, historiadores y académicos, todos ellos escritores hayan tomado este año tal determinación antes de dar el premio a Milan Kundera, Paul Auster, el poeta sirio Adonis, Amos Oz, Philip Roth o Murakami.
Por si no hubiéramos tenido de recientes noticias inesperadas, el Nobel de Literatura a Bob Dylan causa sorpresa entre propios y extraños; aunque la posibilidad ya se mencionaba desde años, parecía ironía que una vez confirmada terminó con indiferentes. Escritores y lectores defendiendo indignados el proceso de edición de libros, asombrados músicos, aficionados al cantante con silencioso júbilo y para todos los demás una fácil indecisión: para los músicos están los Grammy, como si a un actor de teatro le dieran el Oscar, como cuando a un diseñador gráfico le dicen pintor. Amargos y envidiosos, acusan otros.
En años recientes se dio este galardón a periodistas, cronistas o dramaturgos, pero jamás un paso como el de premiar a un cantautor, decisiones pálidas ante el Príncipe de Asturias (Leonard Cohen lo recibió, pero cuenta con una decorosa obra escrita aunada a sus célebres canciones) o el Cervantes en español. Pero el Nobel es el Nobel, la principal referencia, popular y especializada de la historia de la literatura mundial, un listado de lo mejor de una expresión artística en sí, la de la palabra: una actividad, profesión, pasión, discusión y casi siempre mucho entendimiento y poco consenso desde diversas disciplinas del pensamiento y derivado, hasta hace muy poco, en objetos llamados libros.
De Bob Dylan podremos leer una crónica novelada de su vida llamada Tarántula o diversos cancioneros con sus mejores letras, nada más, y lo que parecía abrir una interesante discusión pues le otorgaron el Nobel por “haber creado nuevas expresiones poéticas dentro de la gran tradición de la canción estadunidense”, la pretensión se entiende más desde una lógica mediática que epistemológica acerca del objeto y posibilidad al dar o recibir tal distinción.
Si fuéramos serios este premio sería como reivindicar a la palabra misma sin limitar su expresión, y partiendo del entendido que la literatura es el arte de transmitir emociones con las palabras, vaya que Dylan lo hace: considerado para bien o mal el gran poeta norteamericano del siglo XX, vocero trovador de toda una generación, aunque indisoluble de otros recursos vertidos en su guitarra a ritmo de rock, country y folk, que integran en una canción las imágenes de sus palabras y las imágenes de su música, dos expresiones artísticas distintas, a veces independientes, unidas entre sí. Entre leer y escuchar, a estas alturas de la historia ¿habrá quedado alguna diferencia para la voz?
Entrar al detalle del análisis de su obra vista desde conceptos y métricas de la poesía sería forzado y un esfuerzo mayúsculo que no cabría aquí. De momento, sí podemos afirmar que esa poesía de Dylan trascendió gracias también a sus habilidades como buen músico, además de la personalidad que requiere un artista para transmitir sus pensamientos y emociones, no sobre una hoja escrita sino de otra manera expresiva consumada en un concierto sobre un escenario.
La obra de Dylan es poesía, sí, en tanto que la poesía es palabra lírica y emoción; podemos rememorar a Homero, la voz de los juglares o los cantos extáticos de las grandes tradiciones y en todos ellos encontraremos el principio mismo de lo literario: la palabra que exaltada canta.
Pero, de un tiempo a la fecha y con grandes ejemplos al menos durante los últimos quinientos años, la palabra escrita en ciertos escritores derivada de figuras retóricas, elaboración, horas de estudio y gramáticas inventadas o comparadas; semanas confusas en pasillos de bibliotecas, estudios filológicos e históricos de la sintaxis, obsesos y enfermos sujetos repiqueteando sus maquinas de escribir y acometiendo las hojas blancas con una furia que sólo los escritores tienen, dejando mientras tanto su vida misma a un lado para leer, leer y abrir libros, transcurrir en ellos junto a muchos otros autores y sus obras a lo largo de sus vidas, nunca lo suficiente para terminar con el fatal designio de lo no expresado y sólo hasta después de llegado el momento exacto, escribir. Eso a lo que otros preferimos llamar literatura.
Como fuera, el Premio Nobel de Literatura 2016 es para Bob Dylan, y tristemente no es tan grave como muchas otras cuestiones que corren en nuestros tiempos; con el estilo de un rockstar, media semana después del anunció respondió que aceptaba el premio, aunque envió sinceras disculpas mediante una carta (que podría sumarse a su carrera literaria) disculpándose de no poder acudir a la ceremonia debido a compromisos previos, y entonces la academia sueca esperará seis meses para que el distinguido conceda un mensaje sobre tal honor y mantenga un poco más a un premio que, mal de nuestros tiempos, parece capaz de cualquier desatino con tal de mantener vigencia, y en el colmo de los ocios debería ser un Nobel pero de la Música, aunque a estas alturas ya habríamos quedado mal por deber nuevamente a varios su distinción.