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LA SALIDA DEL LABERINTO.

ColumnasLA SALIDA DEL LABERINTO.

Por: Leonel Serrato Sánchez

Analista Político

En la larga existencia de la nación mexicana nuestras características parecen inmutables, y  bien pueden considerarse tanto un defecto como una virtud, pero que en las circunstancias actuales tienden mucho más a causar problemas. Del mismo modo en que se dice que los habitantes de las islas británicas son flemáticos, calculadores en el diseño de sus estrategias, y precisos en su ejecución, de los mexicanos parece tener éxito la conseja de que somos desenfadados, flojos, machos de mecha corta y ojo alegre, y siempre inclinados al “Dios dirá”.

Los estereotipos han colocado a México mal parado en el mundo, acentuando los defectos de nuestra mezcla cultural y dejando pasar inadvertidos las extraordinarias cualidades que poseemos. Existe un fuerte interés en ciertos espacios de la vida pública mundial, con actores bien conocidos, para hacer aparecer que los mexicanos somos escoria; pero aunque lo parezca no es un asunto personal, la razón es meramente de competencia, así de vulgar.

La humanidad de este milenio todo lo tasa en dinero, y en ese rasero México y los mexicanos somos mercancía cuya cotización varía según la calidad de la misma; si nadie quiere saber de lo mexicano, entonces menos valor tendremos, y de ese modo las inversiones, los turistas, el comercio, van a otro país-mercancía que tenga mejor valor ante los “compradores”. Mucho de falso tiene lo malo que se dice de México en algunas partes del mundo, pero mucho de cierto también. De los infundios no somos responsables, y pueden ser contrarrestados con información; pero de lo real sí que lo somos.

La corrupción en todos los estratos de nuestra vida, es plena y absolutamente una responsabilidad nuestra. Es la degradación indolente de la picardía que debiera divertir, la pobreza es la suma de siglos de ignorancia y servidumbre asumida como destino manifiesto por parte de los pobres, y del abuso sin límites por parte de los poderosos, todo ello bajo la mirada impasible y socarrona de las instituciones de gobierno que debieran evitarlo. La violencia es el súmmum del machismo y el complejo de cenicienta que nos aquejan, el primero lamentablemente prohijado por las propias víctimas, pues quienes crían machos violentos y desobligados son las madres mexicanas, y el segundo elemento es nacido de esa infamia cultural a la que llaman telenovela, que prostituye la doncellez con la promesa de una casa blanca.

Lo más fácil es asumirnos como un pueblo de pícaros, reírnos de la muerte al tiempo que llenos de miedo le levantamos altares, encerrarnos tras la rejas de nuestras casas mientras los ladrones se enseñorean, libres por las calles, ofendernos hasta la médula cuando se menciona en forma grosera a nuestras madres, al tiempo que golpeamos a nuestras mujeres y humillamos a nuestras hijas y hermanas, que son o serán madres de alguien; es aspirar a encontrarnos una olla de oro en lugar de trabajar para reunirlo.

Pero todo ello no es una maldición, es sólo un camino, el más fácil, por cierto bien socorrido por muchos, pero el otro camino también lo conocemos, lo hemos recorrido, y no nos asusta ni nos doblega. Para millones de mexicanos hacer las cosas bien es cosa de todos los días, aunque parezca lo contrario, obrar en positivo y con la mira puesta bien alto es la línea de conducta de la mayoría en México.

La prueba de ello la tiene usted en sus manos: Círculo Rojo, entre cuyas positivas letras me honro en poner las mías. Es bueno, incluso necesario, señalar los problemas, pero si esos señalamientos no llevan el punto de luz que permita encontrar una de las soluciones, no estaremos siendo menos abusivos, negligentes y malos que aquellos a quienes criticamos.

El esfuerzo de la gente en México es el más vivo ejemplo de que tenemos remedio y futuro. Quienes toman las decisiones en nuestro país, y alteran con ello el devenir de la comunidad, deben tener presente que no siempre es evidente la existencia de alternativas, y entonces el genio debe manifestarse y crearlas. Estoy absolutamente convencido de que los problemas que se ciernen en el horizonte, tan complejos, tan duros, tan dolorosos, son pequeños frente a la suma de nuestras fortalezas; creo sinceramente que este momento oscuro está por terminar, porque no estamos en una cueva insondable o laberíntica, vaya, ni siquiera hay oscuridad allá afuera, basta que nos demos cuenta que sólo hemos cerrado los ojos.

Muchas cosas nos duelen tan profundamente, tan intensamente, tan vívidamente que nos olvidamos de percibir lo que nos enseñan. Otras cosas nos llenan de vergüenza y oprobio; y no estaría mal sentir todo eso sí nos impulsara a seguir adelante, a ponernos de pie, pero a muchas personas las dobla y las tortura.

La nuestra es una raza exigente, orgullosa, fuerte, acostumbrada a la batalla por la vida, a la lucha por lo que vale pena. Nada nos ha sido dado como gracia, bien sabemos que en este mundo no mana la tierra ríos de leche y miel. Millones de voces me sirven de soporte cuando afirmo que el momento más negro de la noche es cuando está a punto de amanecer. Este es el adviento de una nueva sociedad. Una comunidad solidaria, generosa, y limpia construida por los que seguimos de pie, inflexibles ante el descaro de la iniquidad, resistiendo ante el deslumbrante brillo de lo fácil, rechazando la falsa, pero sublime belleza de lo malo y lo perverso.

Un México del todo nuevo, edificado por la generación recién nacida, ya ahíta de mentiras. Este tiempo es el del grito sostenido de todas y todos, que se convierta en vendaval, que se torne en el remolino apocalíptico profetizado por Aureliano Babilonia. Pero para en contrario de aquel, reivindicar el derecho a una segunda oportunidad sobre la tierra. Clamar con fuerza que no hay pueblos malditos, ni destinos grabados a fuego. De ahí nada queda a darnos cuenta que siempre ha estado frente a nuestros ojos la salida del laberinto.

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