Por: Erick Guerrero Rosas
Sólo dos democracias en la historia de la humanidad lograron sobrevivir de manera ininterrumpida por más de 150 años: la de la antigua Grecia clásica y la de los Estados Unidos. Todas las demás (incluida la griega, al final), sucumbieron ante un enemigo común: el populismo.
Los llamados “Padres Fundadores” de los Estados Unidos (George Washington, Benjamin Franklin, Alexander Hamilton, James Madison, John Jay, Thomas Jefferson y John Adams), desconfiaban de las masas. Sabían que líderes carismáticos con elocuentes discursos y potente oratoria, explotando sus pasiones, sus emociones, podían arrastrarlas a tomar decisiones peligrosas, equivocadas. Hacer que fueran capaces de llevar al poder a un radical, a un loco o a un autoritario.
«Todas las asambleas, sean pequeñas o numerosas, tienen la propensión a ceder al impulso de pasiones violentas y repentinas, y a ser seducidas por líderes facinerosos para tomar decisiones perniciosas e inmoderadas», decía James Madison.
Fue ese temor al comportamiento irracional de las masas lo que empujó a los “Padres Fundadores” a diseñar una Constitución y un sistema democrático elitista. A poner barreras, filtros, para dificultarles acudir a votar con el objetivo de impedir que un líder populista alcanzara el poder.
Los obstáculos son varios y van desde los más simples hasta los más sofisticados. Uno aparentemente sencillo, pero que en la práctica es muy eficaz para desalentar el voto de las masas, es organizar la elección presidencial los días martes y no los domingos.
La intención detrás de esto que es que quienes cuentan con los empleos más modestos y peor remunerados (por lo regular trabajadores de escasa instrucción), no puedan acudir a las urnas, pues es difícil que obtengan el permiso correspondiente en sus trabajos para ir a votar.
Pero el filtro más importante, es uno que, aunque usted no lo crea amigo lector, en caso de ser aplicado, podría arrebatarle el triunfo a Donald Trump de las manos para otorgárselo a Hillary Clinton, declarándola Presidenta de los EU, sin que proceda recurso legal alguno. Permítame explicarle porqué.
Todos sabemos que en EU no gana el candidato a la Presidencia que obtenga el mayor número de votos en las urnas. No. Se gana por Estados y a cada Estado de acuerdo con el tamaño de su población, se le otorga determinado número de votos electorales. Por ejemplo, Clinton que ganó California, sumó 55 votos electorales; Trump que ganó Florida, obtuvo 29.
Pues bien, aquí está algo que podría cambiar el resultado: los delegados electorales deben ir a votar a una asamblea el próximo 19 de diciembre, y ahí tienen la obligación moral (no legal), de votar por el candidato que obtuvo el triunfo en su Estado. Es decir, los 55 delegados electorales del Estado de California, tienen la obligación moral de votar por Clinton y los 29 de Florida por Trump. Para ser ratificado como Presidente en esa asamblea, el candidato ganador necesita 270 votos electorales. Donald Trump, de acuerdo a la pasada votación del 8 de noviembre, obtuvo 290 delegados. Sí, pero…
¿Qué pasaría si a la mera hora algunos delegados en vez de votar por Trump votan por Clinton? ¿Qué pasaría si algunos que deben votar por Trump se abstienen y no votan? Entonces no habría más que de dos sopas: 1. Que sea Clinton y no Trump la que alcance los 270 votos electorales y sea declarada Presidenta, ó 2. Que ninguno alcance los 270 votos electorales y entonces, en ése caso, sería la Cámara de Representantes (el equivalente a la Cámara de Diputados en México) la que decida quién será el nuevo Presidente de los EU.
Y la actual Cámara de Representantes, tiene mayoría demócrata.
¿Adivine usted por quién votarían en este caso?
La pregunta es: ¿es acaso eso posible? En teoría sí, pero mi expectativa es que la posibilidad es muy reducida, por una razón de peso: el miedo. Sí, el miedo a desatar violentos enfrentamientos por parte de encendidos partidarios o fanáticos de Donald Trump que saldrían a protestar.
Los demócratas van a hacer todo lo posible por convencer a los delegados electorales y cambiar el resultado. Pero Trump, obviamente, no se va a dejar. No va a ser tan fácil porque lo más probable para mí, es que incluso arengue a sus seguidores para defender su triunfo. Que amenace con tomar las calles. Hará todo lo posible por infundir temor para que los delegados no cambien el sentido de su voto o no se abstengan.
Dicen que la esperanza muere al último. Y la asamblea del próximo lunes 19 de diciembre de 2016, es sin duda, la última esperanza para aquellos que no quieren que Trump se instale en la Casa Blanca. Sin embargo, creo que finalmente va a ser ratificado como Presidente de los EU.
Con ello se romperá el candado más importante que dejaron los “Padres Fundadores” para evitar una desgracia política. Con ello se podría acelerar la decadencia de la democracia estadounidense. Así como sucedió con todas las demás…así como sucedió cuando el populismo llegó al poder.