Por: Nutrióloga Cristina Lara Zamora
Entre los 3 y los 7 años, es común que los niños y niñas pierdan interés por la alimentación.
A diferencia del primer año de vida, la velocidad de crecimiento en esta etapa es mucho más lenta, y el deseo de explorar el mundo aumenta, por lo que la hora de la comida se convierte en algo secundario para el niño.
Fomentar una alimentación saludables en esta etapa es fundamental, pues en los primeros 5 años de vida el niño forma sus hábitos, esos que serán la base condicional de su comportamiento por el resto de su vida.
Una alimentación saludable implica que los padres de familia tomen decisiones sobre los alimentos que ingresan a la casa, de modo que las opciones disponibles para los niños sean predominantemente saludables. Si dejamos que los niños elijan los alimentos que desean comer, seguramente serán altos en azúcares, grasa, colorantes, saborizantes, etc. Recordemos que como niños no cuentan aún con la formación suficiente sobre lo que es bueno y lo que genera riesgos para su crecimiento y su salud, por ello la tarea de elegir qué se va a comer recae exclusivamente sobre los adultos.
No así la tarea de decidir cuánto va a consumir. Los niños, cuanto más pequeños, son más sensibles a la sensación de hambre y saciedad. Este mecanismo regula de un modo fisiológico, muy bien calibrado, las necesidades de energía y nutrimentos del niño, de modo que se debe fomentar que el niño respete siempre esa sensación innata de hambre y saciedad y debe evitarse siempre, promover que consuma alimentos por encima de lo que su cuerpo le demanda.
Esto no quiere decir que si el niño durante la comida refiere que está satisfecho y no quiere comer más, cuando pida comer fuera del horario de comida, se le de cualquier cosa, por el contrario, el adulto debe proveer en cada ocasión que el niño refiere hambre, alimentos que lleven a un adecuado consumo de proteínas, grasas, hidratos de carbono, vitaminas y minerales, pues cada comida, por pequeña que sea, se convierte en medio para nutrir a su organismo en crecimiento.
Premiar con alimentos el buen comportamiento de los niños, genera una relación no sana con la comida, pues el niño asocia a los alimentos con esfuerzo, con apapacho; de este modo fomentamos adultos que, ante un día estresante de trabajo o de mucho esfuerzo físico o emocional realizado en la jornada, busquen comida, generalmente poco saludable, alta en grasa, azúcares, para premiar su esfuerzo y “buen trabajo”, condicionando al sobrepeso y a la obesidad y sus múltiples complicaciones. Por ejemplo, cuando los papás aplicamos frases como “te fue muy bien en el examen, vamos por un helado”, “si te portas bien te compro la hamburguesa”.
Por su parte cuando los papás decimos frases como, “si te comes el brócoli, te compro las galletas”, premiamos con un alimento no saludable (helado, galletas, danonino, etc.) el consumo de otro desagradable para el niño (verdura, carne, sopa, etc.), con esto lo que logramos es que el niño refuerce la idea de que comer brócoli es horrible y que siempre será mejor comer galletas, promoviendo una conducta contraria a la objetivo, es decir, una predilección por el alimento no saludable y mayor aversión al saludable.
En conclusión, es importante analizar, qué relación con la comida estamos fomentamos en nuestros hijos, una principalmente fisiológica, donde se come para cubrir necesidades físicas, o una relación emocional, donde comer se convierte en el medio para sentirse feliz, amado, tranquilo, atendido, etc. Es recomendable buscar orientación de un nutriólogo, sobre la mejor forma de fomentar conductas alimentarias saludables, con el objetivo de prevenir esta relación no saludable con la comida, que se inicia en la infancia y que tiene severas consecuencias en la adolescencia y en la vida adulta.