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sábado, septiembre 23, 2023

PEÑA TIENE LA CULPA DE TODO.

ColumnasPEÑA TIENE LA CULPA DE TODO.

Por: Leonel Serrato Sánchez | Analista Político

En una colaboración anterior escribí sobre el lamentable nivel de popularidad del Presidente Enrique Peña Nieto, el más bajo de la historia moderna de México, y también sobre los problemas que ocasiona para la vida cotidiana y el buen funcionamiento de las instituciones del Estado.

Unos pocos días después de publicada esa opinión, las decisiones y acciones del Presidente Peña terminaron por darme la razón –que ni falta hace, porque lo que se ve no se juzga, dijera el clásico–, lo que lamento profundamente.

Enrique Peña no es un tonto, retardado o ingenuo, no se puede llegar a ser Presidente de México sin ser justo lo contrario: inteligente, avezado y hasta malicioso; pero sí que hay una cuestión que debe analizarse, y es el origen y su derrotero formativo; Enrique Peña es el producto de años de cultivo cuidadoso por parte del grupo gobernante en México, esos a los que el líder de Morena llama siempre la “mafia del poder”, y no un político que se haya hecho a sí mismo o que se haya construido en la brega de un ascenso sólo meritorio.

Desde niño fue criado para ejercer el poder cuando fuera el momento; se le diseñó desde la forma en que se peina, viste y habla, hasta con quién, cómo y cuándo debería casarse, y eventualmente tener hijos, naturalmente todo su pensamiento político le fue moldeado con delicadeza y esmero, cual pieza de porcelana.

Como todo joven tuvo sus deslices, pero siempre se apegó estrictamente a su guión, y llegando el momento se puso en escena esa obra sintética que es su vida.

¿Recuerda usted The Truman Show? En esa película de finales de los noventa que protagonizó Jim Carrey se exhibe una historia que parecería inverosímil pero que en realidad es una ácida crítica a lo que hoy estamos padeciendo: el vivir todo el tiempo bajo la mirada morbosa y el escrutinio severo de todo el mundo, bajo un guión para generar mayores niveles de audiencia o consumo en los medios masivos de comunicación.

Peña creció y vivió, hasta su primer día en Los Pinos, en medio de un muy cuidado guión para satisfacer a las masas, que además fue exitoso, porque logró llevarlo a la máxima magistratura de nuestro país sin apenas esfuerzos; todos los aspectos de su vida antes y durante su candidatura presidencial fueron minuciosamente ejecutados para la televisión, y delicadamente presentados en forma tal que se volvió incontestable su triunfo.

Pero la televisión y sus guionistas lo abandonaron apenas se percataron que el títere había cobrado vida.

Enrique Peña al tomar posesión empezó a ejercer una autodeterminación para la que sus creadores no estaban preparados, y le gustó hacerlo, aunque, justo es decirlo, siempre usando la muleta mental de sus amigos verdaderos.

El contenido de sus decisiones y la ejecución de las mismas ha devenido en desastre, no sólo para el grupo en el poder, sino para el país, y en esas cuestiones ya no tienen la culpa los fabricantes ni los operadores del muñeco que cobró vida propia, sino él mismo.

Es claro que mientras Enrique Peña hizo caso, obedeció y “tocó nota por nota” la partitura de la obra que le fue compuesta por el grupo de los poderosos lució espléndido; encarnó al líder de una profunda transformación nacional en todos los órdenes; pero una vez que se dio cuenta que podía tomar decisiones sin consultarlas con sus fabricantes, y que sólo bastaba con expresarlas frente a sus amigos fieles, empezó a hacer aquello que él creía que estaba bien.

Condicionado por una formación estricta, cuando probó las mieles de ser él mismo y no rendir cuentas ni hacer caso a sus creadores, le pasó lo que a un adolescente que por primera vez agarra el auto de sus padres o al que se queda solo en la casa durante un fin de semana: inició a conducir con temeridad y a organizar la fiesta más memorable de la historia, estando la casa sola.

Este mexiquense es como el Adán bíblico, se dejó convencer de comer del fruto prohibido y se ha quedado sin paraíso.

Enrique Peña sin sus titireteros no es el mismo al que los votantes convirtieron en Presidente, es un saco vacío, pues su programa de gobierno parte de una ideología en la que él no cree, sino que le fue impuesta desde niño.

Citando a un experiodista potosino (que acabó de redactor de discursos) cuando definió lo que era la democracia mexicana, igual Peña, “…es como un niño perdido en el bosque”

En el momento en que lo decidan los dueños de México podrían tirar a Peña Nieto de la presidencia, y si eso no ha ocurrido es porque no les apetece hacerlo, o creen que les dará más problemas que dejarlo.

Los Barones del Poder en nuestro país están aún indecisos de optar por un camino partidista o por uno sin partido, así puede ser Margarita Zavala o Jorge Castañeda, Ricardo Anaya o Jaime Rodríguez “el Bronco”, para enfrentar con éxito a la oposición que encabeza Andrés Manuel López Obrador.

Los incidentes ocurridos merced las decisiones temerarias de Enrique Peña primero encendieron focos de alarma, y luego hicieron sonar las sirenas de la emergencia, pero niguno de tales ameritan el echarlo a la calle antes de terminar su mandato constitucional; ahora a Peña se le ve desesperado por la aprobación pública, pero en realidad su obsesión la encarna en un hecho más frívolo, quiere pasar a la historia por algo menos trivial que su pronunciación del inglés o su poco gusto por la lectura.

Sus amigos que en verdad lo quieren (Luis Videgaray entre ellos) le dieron ideas, a cada cual más polémica, aunque en el fondo enteramente racionales e incluso si hubieren salido bien, le hubieran ganado un buen lugar en el altar de la Patria; el problema está en que sus creadores no lo dejaron ejecutarlas y él de todos modos lo hizo, y lo hizo mal.

La invitación y recepción a Donald Trump es la cereza del pastel.

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