Por: Javier Díaz Brassetti.
Desde hace algunos años se ha popularizado el término en inglés Shock value para definir la irritación, el disgusto, el enojo o el miedo que pueden provocar en las personas un texto, una imagen o alguna otra forma de comunicación.
En 1981 el laureado director John Waters publicó Shock Value: A Tasteful Book About Bad Taste (Valor de choque: un libro de buen gusto acerca del mal sabor), en el que narra algunas experiencias con relación al impacto que buscaba causar mediante algunas escenas de sus películas.
Jason Zinoman, en 2011 con Shock Value: How a Few Eccentric Outsiders Gave Us Nightmares, Conquered Hollywood, and Invented Modern Horror (Valor de choque: cómo unos pocos forasteros excéntricos provocaron pesadillas, conquistaron Hollywood, e inventaron el terror moderno), perfila ya la expresión como alusiva a un escándalo que provoca malestar.
Como estos cineastas, muchos músicos, publicistas, guionistas y ahora, escritores, personas de medios, artistas y políticos han cobrado fama valiéndose de revelaciones, ciertas o no, que tienen como finalidad causar un shock en la sociedad.
Es un asunto que va más allá del amarillismo porque regularmente parte de hechos verosímiles. Ya en octubre de 1938 Orson Wells leyendo frente a un micrófono La Guerra de los Mundos de H.G. Wells provocó pánico nacional en los Estados Unidos; en 1995 el periodista Martin Bashir en el Programa Panorama de la BBC consiguió que Diana de Gales revelara las infidelidades de su marido y admitiera su relación con el mayor de caballería James Hewitt.
El Shock value no nos resulta ajeno, hasta tal vez lo esperamos y hasta tal vez hemos ido desestimando acontecimientos que no nos provoquen enojo, miedo, disgusto, confrontación.
Donald Trump se ha valido de promesas sensacionalistas y escandalosas para ir ascendiendo en las encuestas, en su momento lo hizo también el multimillonario tejano Ross Perrot, es una forma de vida para Justin Bieber y para los Kardashian.
Aquí el Shock value a la mexicana lo causaba, hasta hace algunos años, la nota roja. Publicaciones como Alarma y la Segunda de Ovaciones estaban proscritas en los hogares de buenas costumbres.
El periódico Excélsior y después la revista Proceso alcanzaron ventas record por su vocación de revelar la verdad. Su secreto: el juicio público de asuntos privados.
Claro, las modas pasan y con el amparo de los derechos humanos, las imágenes y los textos han ido subiendo de tono, tanto que resulta ya difícil el discernir qué de lo que vemos, oímos o leemos nos provoca más incertidumbre, coraje, desasosiego.
¿Qué nos horroriza más?, ¿La historia del Padre Maciel?, ¿el hallazgo de Paulette?, ¿los secuestros y asesinatos de los hijos de la señora Wallace, el Señor Martí y el poeta Sicilia?
Claro, las modas pasan y con el pretexto de que un pueblo más informado es un pueblo más democrático, la intensidad y el volumen aumentan día con día.
¿Qué nos enoja más?, ¿Bejarano recibiendo un soborno?, ¿el niño verde fraguando una tranza?, ¿la pugna por saber quién es más ratero si Yunez o Duarte?, ¿los mexicanos que aparecen en los papeles de Panamá? O ¿el porcentaje de plagio que se halla en la tesis de Peña Nieto?
En realidad los propulsores del Shock value a la mexicana tienen a su disposición tanto material que no nos dejan de otra más que dudar; como mezclan la especulación con la verdad, la vanidad con la venganza, sus intereses con investigaciones mochas o sesgadas, es duro, pero ya no son de fiar.
La irritación, el temor, la incertidumbre que nos causaban con imágenes y textos, van dando paso a una indolencia complaciente, a una especie de resistente indiferencia.
La mano o las manos que mecen la cuna permanecen ocultas para nosotros; ignoramos a quién o a quiénes les puede beneficiar el estallido cotidiano de llevar a juicio público asuntos privados. Tal vez, poniendo en práctica las estrategias de manipulación que sugiere el filósofo norteamericano Noam Chomsky se trate de acciones del mismo gobierno para distraer nuestra atención. Esto será difícil que alguna vez lo sepamos.
Sí sabemos quiénes son los que publican, y sabemos contra quiénes van, y estamos seguros que lo que sigue será peor, entonces, no nos queda más que continuar sorprendiéndonos, pero ya no de impactantes revelaciones sino del afán de algunos por conseguir que en México haya una nueva teoría de la Comunicación: el Shock devalue.